Renuncié
al corazón de la palabra: ya no tomo de sus archivos metáforas sin suelo, ya no
elevo con sus ansias batientes la voz firme del acto verbal.
Mientras crecía, imaginaba que el tono justo de un grito bien empuñado era un avance para
todos, aunque las masas, a cambio, renunciaran al verbo, decía.
Entonces
creía que liberaba una jaula de pájaros en la niebla pero caía en mis ecos:
respiraba profundo para no ahogarme y terminaba navegando ciego. Olvidaba en mi
sordera que el inconsciente también es político.
Ya
que en cualquier “Yo” me enredaba hablaría con las manos: en cada dedo un
verso, en la palma abierta un camino, una flor para mis muertes en cada lavado.
Por
fin así, en la renuncia y el devenir de cada gesto, logré encontrarme
disponible, mano a mano en una lengua a contrapelo.