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miércoles, 4 de septiembre de 2024

El vaso posa


Si temblara el suelo ya no habría filtro para mantenerlo fijo, callado. Posa porque contiene. Posa porque cuida. Si se lo mira es con deseo de ser cuidado. Si se lo mide es para que no se termine, para que no se corte la sed después que el líquido que la contiene (el deseo puede sublimarse en el acto de hablar). Como en un ruego.
Los vasos posan como tótems o como estatuillas en una dimensión luminosa que desconocen las tazas o jarros, ídolos menores, simples piezas de vajilla.
Sin embargo, hay vasos que se niegan a ser adorados. Son oscuros y desconfiados como centinelas de un rey cuya crueldad desconocen aún, pero sospechan.
Este vaso que miro en la noche tiene un don esquivo. Conduce un reflejo que, como un filtro, devuelve una versión de mi imagen donde me veo devoto, aunque profano. Espejo informante que me ve atrapado entre el Caos y la Duda que a cualquier tótem le garantiza su gobierno sobre el tiempo y los temblores de los hombres.
Ese mismo vaso, sin embargo, cuando me muevo transforma el reflejo en espuma. Vidrio cristalino que sólo demora unos segundos en permitir una visión: la refracción de lo que se amasa en el fondo.
Los cambios en cuerpo, peso, nitidez son las señales del derrumbe de todo imperio. Cuando la tierra abra su grieta sobre las ofrendas, los dioses ya no estarán solos.