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lunes, 27 de enero de 2025

Muda


Quien dice “mudada” dice “muda”. Cuando una biblioteca se mueve entera, como esta que me toca mudar, las piezas se desarman y se reacomodan hasta volver a decir algo. Por momentos parece que recuerdo su orden original, la sucesión de cientos de datos que es imposible de filmar o registrar en fotos. Pero finalmente ni el sumo cuidado ni la lista ordenada vuelven a poner en su lugar los libros de yoga y alimentación saludable, o la narrativa norteamericana del siglo XX junto con los manuales de Minke, o la espiga del maíz andino con el poema de Orozco.
Estrictamente, no hay algo que se pierda, se oculte o deje de hablar a su manera. Pero hasta que la nueva posición de la luz en los cantos o la relación entre mesa, piso, ventana no tomen dimensiones propias, la biblioteca parece muda.
No ignoro que hay bibliotecas cajoneadas, inundadas, bombardeadas que se “deben” mudar para resistir el odio ajeno. Recuerdo una que tardó mucho en volver a hablar después de una invasión de ratones de municipalidad. Todas ellas aprenden poco a poco una lengua distinta, llena de imágenes frescas, para mostrar una memoria ignorada a gentes nuevas o cambiadas.
Pero aunque el caso sea distinto, una biblioteca recién mudada como la mía, capaz necesite unos días puertas adentro para recuperarse, como los gatos en casa nueva. Así, aunque no suene como un hilo que se frota entre las hojas o un pincel que encola las piezas, el rasguido de los dedos entre las páginas de a poco volverá a erizar los estantes vencidos como una señal del aullido que vendrá.