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martes, 12 de noviembre de 2024

Manto de sonidos

Si el frío invernal nos trae la memoria del silencio y la quietud, entonces la nevada nos transporta a la memoria de los primeros sonidos.

Hubo inquietud entre los pájaros en la mañana previa: preparaban las alas, limpiaban sus vuelos, rodeaban sus nidos. Unas loras cruzaron con el último grito entre las enredaderas sobrevivientes hasta que llegó la nieve y selló el suelo como manto de ceniza blanca.

El tiempo de la mañana siguiente fue de los rayos que queman el aire, de las botas que hacen crujir los pasos de alguien que iba a trabajar. Así llegó la hora de las tazas calientes para peques que no irían a la escuela. La mañana trajo el recuerdo de otras formas de aprender: el cuerpo como en el primer nido de la sorpresa, el llanto calmo después del estallido inicial del mundo.




Ph dentro de la Ph: la Dami

sábado, 9 de noviembre de 2024

A la orilla

El agua corre mansa pero corre (la arena cuida su paso). Se mueve permanentemente pero alcanza para ocultar lo que decanta y separarlo de lo que se ve.
La raíz de mi cuerpo, que es árbol en la orilla del sueño, se afirma en la tierra como en una cama, panza arriba, orqueta abierta. Mi pecho divide el aire para llevarlo mejor a esa mano que cuelga o a una pierna que se dobla hacia el cielo... y después baja.
La mano juega con los dedos separados a ser arena que frena el agua. A veces la mano se cierra y sorprende a las hojas o ramitas que se demoran, se sostienen o se impulsan (tan sólo por unos segundos), que se debaten entre su propósito y la urgencia implacable de un plan de escape.
Sólo el sonido que saca la mano justifica el freno del agua, mientras dure la vigilia. En sueños, todo dique es un ensayo que naufraga en la orilla opuesta.



miércoles, 4 de septiembre de 2024

El vaso posa


Si temblara el suelo ya no habría filtro para mantenerlo fijo, callado. Posa porque contiene. Posa porque cuida. Si se lo mira es con deseo de ser cuidado. Si se lo mide es para que no se termine, para que no se corte la sed después que el líquido que la contiene (el deseo puede sublimarse en el acto de hablar). Como en un ruego.
Los vasos posan como tótems o como estatuillas en una dimensión luminosa que desconocen las tazas o jarros, ídolos menores, simples piezas de vajilla.
Sin embargo, hay vasos que se niegan a ser adorados. Son oscuros y desconfiados como centinelas de un rey cuya crueldad desconocen aún, pero sospechan.
Este vaso que miro en la noche tiene un don esquivo. Conduce un reflejo que, como un filtro, devuelve una versión de mi imagen donde me veo devoto, aunque profano. Espejo informante que me ve atrapado entre el Caos y la Duda que a cualquier tótem le garantiza su gobierno sobre el tiempo y los temblores de los hombres.
Ese mismo vaso, sin embargo, cuando me muevo transforma el reflejo en espuma. Vidrio cristalino que sólo demora unos segundos en permitir una visión: la refracción de lo que se amasa en el fondo.
Los cambios en cuerpo, peso, nitidez son las señales del derrumbe de todo imperio. Cuando la tierra abra su grieta sobre las ofrendas, los dioses ya no estarán solos.


miércoles, 3 de julio de 2024

No soy



No soy de los que rápidamente luchan hasta la victoria, de los que dan el cuerpo sin quebrarse enteros.
Prefiero el trabajo de la lengua: una gota insistente y cotidiana, lenta y precisa, partiendo la piedra.
Lo prefiero, pero ni siquiera planifico cuándo o cómo cosechar el fruto de ese trabajo. Tampoco lo hago con una mueca, o con rencor, como quien recibe la justicia inesperada después de la tormenta (apenas si convivo con abusos laborales, entredichos de pueblo, fatiga en los trámites).
Mi trabajo empieza cuando la gota es desviada por un dedo que quiere señalar más alto. Ahí, ya quisiera llegar hasta el oído de las gentes. Recién ahí, podría contener las palabras en un cauce hondo. Por fin ahí, remuevo el agua con una mano inquieta. La revuelvo y agito hasta lograr que un remolino se trague el dedo del necio con sus prácticas de trono.
No soy de los que rápidamente escapan del remolino aunque falle.

miércoles, 15 de mayo de 2024

CalenDario

Si un Diario personal reflejara todo, sería un CalenDario. Por eso estas hojas no guardan los favoritos de una vida, o la conciencia plena (esa voracidad por el presente), sino algunos instantes luminosos, apenas un gesto agónico o un simple pelo que cae entre las letras.
Aunque casuales, esos pelos que caen son míos, porque es Diario personal alejado de más gente, ajeno a posibles mascotas o vientos de agosto.
Son canas que no caen de lleno, como renglones muertos, ni resbalan como peces airosos. Son canas enruladas que surcan el aire y se agarran de las cosas como abrojos o como pelusas que saltan de golpe, sacudidas por una brisa que las obliga a hacer piruetas para aterrizar.
Así vuelan mis canas heredadas de árbol familiar. Aunque traman lazos, las noto capaces de caer planeando como estrellas fugaces, a punto de extinguirse entre la algarabía de toda mudanza y la promesa de cada deseo a cumplir.
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Ph:NS

martes, 12 de marzo de 2024

Heridas


A veces la herida no deja huella visible. Su origen parece sellado entre el tiempo y los buenos deseos. Pareciera que donde hubo ardor, ni cenizas quedaron. Pero otras veces la herida se esconde bajo la piel.
Entonces creemos que cantamos pero raspamos el aire. Sentimos que dormir es medir dos vigilias.
Un día la casa amanece sin puertas y percibimos, desnudos, que lo que vemos es una forma de la luz en la piel y que la piel es ahora un mapa arrugado que soplamos y alisamos para que muestre sus pliegues.
Pero en esos fuelles de la piel, en el mensaje de sus pliegues, hay sustancias que supuran su fiebre, ardor que paraliza.
Si la luz tenue, que primero ignoraba nuestra cara, ahora crece y encandila, los ojos ya no soportan la gravedad del pánico.
Sólo una llama leve que considere a cada tajo por su nombre abrirá un camino entre el ruido de los días y el rumor de las muertes. A veces la piel tiene que renovar sus sellos desteñidos o borrarlos.


viernes, 9 de febrero de 2024

Cura de palabra



¿Sueño liviano? ¿Huesos tirantes? ¿Qué te duele más, papá? "Te quiero mucho" era un ensalmo para los males en la infancia.
Estoy perdido en el monte de mi adultez cuando recuerdo esa frase que era familiar en casa, que era casa en la noche del llano. Mientras escribo, un pájaro es atrapado entre las garras de su depredador en la luna llena. Predador y presa se enfrentan dignos: hay presencia, deseos cruzados, necesidades distintas, todos atributos del amor. Los miro y yo también soy ese gato que retiene a la presa unos segundos, el que bebe el aliento de su alma. Yo también soy esa presa que pelea con aleteos y ensalmos para no ser devorada sin luchar. Mis deseos son otros, tus necesidades también. Pero como el jabón que engrasa y hace un cebo con los restos del día, soy estas palabras que a veces necesitamos para renovar el ritual de cura: "te quiero mucho, papá".