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martes, 28 de enero de 2020

"¡Platillo chaval!"

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Había anunciado el tema de la identidad con pompas y platillos. Sin embargo, no seguimos ese camino. Habló la épica fundacional, sí. Habló la memoria narrativa de los poblados por fuera de Castilla, sí. Pero la picardía del débil o del loco amor terreno hecho canto (del placebo de Calixto o del Arcipreste del Libro) se hizo Gran tema.
En un mundo gozante de panes y de música, los límites del hambre no son los de la sed: cuando hay hambre no necesariamente hay verso menor ni Amo maligno (los ayudantes de la Celestina lo saben); pero cuando hay sed la sustancia de lo hablado se hace aliento en las lenguas del afecto y del rito: una cantiga al ausente o al presente silencio de los dioses; un tío que viaja al fin del mundo y vuelve. Como dice el poeta con pompa y circunstancia, también hay vidas bajas que se definen en su reto: "¡Platillo, chaval! Y que revienten las maravillas!". La sed es la que abre la boca de la literatura