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¿La vía o la explicación de la vía?, ¿el viaje o su diario?
Lengua bola
le llaman las abuelas a la del bebé en sus primeras semi-vocales. La vía-bola
en el diario-bola, sería lo que escribo cuando escribo. Como esa lengua que en
los primeros sonidos canta satisfacción o urgente necesidad, sin
grises, y un tiempo después canta, de memoria, un remake del abandono; así,
como esa lengua se escribe el diario trivial, pero vívido, introspectivo pero
cocinando algún tipo de aventura narrable, sin que falte ni sobre aventura
narrativa.
Comienzo un canto con la fábula del no-ser-de-la-pampa-auténtico, aunque chato y horizontal crezco. Enseguida me pregunto: ¿cuál
es el valor de lo que no me atormenta?, ¿cómo se decide volver o irse? Mis
palabras caen en hueco, una laguna brutal y mental. No puedo recuperar dos
frases atrás. No puedo cantar las cuarenta. Estiro las líneas como chasqui
mojado, estorbo las postales con sonrisa vaga pero no claudico, no me apeno.
Cualquiera diría que al final no
aprendo nada. El tránsito por una experiencia es sin viaje de vuelta. Todo
comienzo es mi novela por entregas que no alcanza a finalizar temporada. Pruebo
iniciar otra y resulta lo mismo con matices diversos: un largo viaje como amauta
sin nación detrás, apenas un culto impreciso, un ídolo de plástico o una promesa
de reencuentro en cierto festejo lunar.
¿El viaje o un chiste mal explicado? Dirán que como prueba
basta un botón de otro auténtico no-ser: si yo fuera de Boca iría a navegar por los
lagos de Palermo para empaparme las manos de dios rubio. Y aquí estoy, tan diablo
rojo.