Rumeo como vaca siamesa lo que Pablo me comenta sobre "Stoner" de John Williams. Le doy mil vueltas a ese libro de bolsillo hasta sacarle pelusa.
Hay una austeridad de recursos, una compañía empática pero
informada entre quien narra y el personaje que es, a primera vista, tímida
herencia del iceberg de Hemingway: parece que una historia mínima aflora para
ocultar lo que la sostiene a flote. La voz que toma el mando sobre la historia
de Stoner no da lugar a conjeturas sobre las explicaciones/raíces de los
sinsabores del protagonista: la historia oculta o subterránea es la literatura
misma, su enigmático poder liberador para algunas vidas y lecturas.
Eso le digo a Pablo, como explicación subacuática: la
historia sumergida, que se escucha distorsionada brotando desde el abismo,
pronuncia la palabra "clásico", un rumor de fondo, diría Calvino, un
rumor que persiste a pesar del ruido.
Cuando termino de deshilvanar mi ruido mental y callo, Pablo
está a mi lado, mirando al frente y dice que le importa lo que digo (me inflamo
de orgullo docente), pero que la forma de esa novela también le hace acordar a
él mismo como padre de un hijo, como conciencia de lo indecible de su silencio.
"Como este escalón", insiste, "que compone con dureza la imagen
de un acceso al hogar. ¡Y es la misma madera que espera agazapada su momento
para mezclarse otra vez con la tierra!".