Páginas

sábado, 15 de abril de 2023

Ha muerto un vivo

 


A Cristino Bogano y a las lápidas que limpiamos

Lucas Cedriani ha muerto con su techo de árboles bajos, con su sonrisa de guardián relajado. Ha muerto su hueco en la almohada acomodada al cuello, su plato único en el secador surcado de sarro. Ha muerto su baile de espalda firme, su vaivén de gnomo sobre el prado de los zorros. También han muerto sus sesentas masticadas antes de tragar y su eructo evaporado por fosas nasales. Han muerto su tendencia a la realidad en lo biográfico y su vómito de realidad reunida en redes. Muertas su mirada miope y todo lo que ignora, sus anteojeras de mirar sólo lo que conoce y cada uno de sus ojos secos en pantallas y puntadas.

Él ha muerto porque vengo yo a mirarlo de frente, porque le digo mirá de qué te sirve, mirá qué importancia tiene que el sentido final, que algo tan vivo como tu lengua o tu abrazo, que algo tan fresco como tu mapa en las calles o tus paseos infantiles por el cementerio, que lo que hiciste como un cobarde o lo que callaste con orgullosa medalla sea de un significado tan amplio como asfixiante. Qué razón tenés para justificarte cuando ni siquiera lo que parece maduro, o lo que vale penar o lo que arde y no se puede negar, hace tierra con el dolor de los aplausos en la bajada del cajón a nicho. Y para asombrarte qué habrá, le digo, cuando ni siquiera tu gente sonríe con ironía fina al tapar, al hacer tierra el furor con que gozaba de esas curiosidades que uno sabía y otro no contó, que una callaba para no molestar a la que no quería escuchar. Mirá bien que no incomoda a nadie que esas acciones secretas o sentires racionados te pinten entero compartiendo los fragmentos que tanto repartiste, un poco acá y otro poco allá, como si planificaras los cortes de un rompecabezas que en éste, tu velorio armado, provocarían la conmoción del epitafio bien tallado.

Lucas Cedriani ha muerto para que la gravedad de sus últimas palabras en un cuaderno sin fechas ni números de vencimiento, se pierda entre papeles que alguien edita como ordenados por un sentido cuya emoción se fugará en imágenes para artistas plásticos o resonancias de etiqueta y homenajes en voz alta y micrófono de baja potencia. 

Yo digo qué será de ese cuerpo que dejo, de esa energía contenida que ya respiraba profundo en el cansancio y agitado en el sueño como si buscara aire, encerrado en su crisálida, como si viajara a la semilla que busca crecer entre algodones y espinas, entre líneas cobrizas que se alzan en el amanecer como faros remotos.

Ha muerto porque nunca lo vi vivir como el que espera aplausos en la mesa de luz o estallidos al aire que lo encuentren perdido y, así, sin querer quiere, sin luchar lucha y sin morir habrá muerto cuando despierte menos vivo.