¿ERA CAYO, YOLLI
FILLOY, O YACARÉ?
Década del ’30. Lejos del
miserabilismo de cierto Boedo, del heroísmo estoico de Varela o del agonismo de
Quiroga, la milicia solidaria de la “Caterva” logra aliar lenguas, programas de
coyuntura y corrientes espirituales en trazos
de un criollismo literario de retaguardia (una poética aceptada de tanto
discutirse en el Café, acciones progresistas con oropel o summa literaria como
bandera de clase). Aunque también, la milicia solidaria se escribe con sustrato
rebelde de vanguardia (mapeo; toponimia historizada; diccionarios cosmopolitas,
nacionales, nativos o de boliche; memorias comunitarias de la Huelga del ‘36). A
diferencia del antropólogo, Filloy no viaja para “registrar” culturas; a
diferencia del folclorista no milita su recopilación en catálogos.
1937. Filloy publica en edición
privada (300 ejemplares para dedicar y enviar) el que sería su último libro en
décadas, “Caterva” viene después de “¡Estafen!”, “Op Oloop”, “Usaland”. Construye
una figura de autor pública pero deja de publicar. Se retira de escena con 40
años a ejercer su profesión liberal: o se trata de un humanista revolucionario
arrepentido (los adjetivos son míos) o tengo poca idea de lo que es la fe en la
trascendencia literaria.
En 1970 vuelve a publicar, ya
jubilado de juez. Deslumbrado por la amplitud y riqueza del castellano en sus
más de 6000 palabras completa más de 60 libros publicados, vive 106 años y
publica su Tratado de palindromia después de 30 años de crear la mayor cantidad
de frases capicúa en el mundo.
Aunque los números hablen solos
sobre la persona excepcional que un 1ro de agosto cumpliría años, “Karcino”, el
Tratado de palindromia, puede resumirse en una frase minúscula que muestra en
la sorpresa irónica lo que con el tiempo se llamaría posverdad:
ALLÍ TÁPASE MENEM ESA
PATILLA
De la “Caterva” a “Karcino” la
mirada solidaria no perturba, aunque agita memorias comunitarias de la rebelión
moderna.