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domingo, 28 de julio de 2019

Estábamos furtivos


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Estábamos furtivos. Nos comíamos la lengua con algo que no tomaba forma. En mí era un brote de abrazos, una playa de arenas blancas, un intenso calor que revoloteaba en la montaña. En ellos sería un barro que amasaban con palabras sueltas ("más libres", "que juguemos", "otro lugar") o espejadas ("traer lo que escribimos", "leer menos", "cambiar los grupos", seguir igual).
Mientras el barro se ablandaba yo pensaba si estamos secundarizados y "queremos lo que no sé pero ya", y hay un deseo de los cuerpos y los sueños agitando suelo adulto. Pero también hablo y hay un temblor en mi voz, la sensación de que lo espeso (la humedad, un foco roto, el mate que pasea su vapor por los bancos) acompaña mis movimientos; un fantasma que se mueve tras los hombros, se esconde torpe, queriendo ser visto. Podríamos nombrarlo casi, pero resiste a la intemperie donde se cruza con otras sombras y parece paisaje. Sin embargo, no dejamos de amasar: echan agua al fuego, preparo aire para alivianar los pesos que cargamos. Juntos visitamos otros espejos: hay una boca donde las palabras se rumean y otra donde tiemblan; una boca más las deja beber en su calor de higuera. Es ya tarde pero salen entre las sombras un querer que puede, una consigna pronta y refrescamos... juegos de tragedia.

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