El agua corre mansa pero corre (la arena cuida su paso). Se mueve permanentemente pero alcanza para ocultar lo que decanta y separarlo de lo que se ve.
La raíz de mi cuerpo, que es árbol en la orilla del sueño, se afirma en la tierra como en una cama, panza arriba, orqueta abierta. Mi pecho divide el aire para llevarlo mejor a esa mano que cuelga o a una pierna que se dobla hacia el cielo... y después baja.
La mano juega con los dedos separados a ser arena que frena el agua. A veces la mano se cierra y sorprende a las hojas o ramitas que se demoran, se sostienen o se impulsan (tan sólo por unos segundos), que se debaten entre su propósito y la urgencia implacable de un plan de escape.
Sólo el sonido que saca la mano justifica el freno del agua, mientras dure la vigilia. En sueños, todo dique es un ensayo que naufraga en la orilla opuesta.
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