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lunes, 5 de abril de 2021

Diario docente en pandemia

 


Diario docente en pandemia

22 de marzo de 2020

Tenía uno de esos diarios en que se escriben cosas: del corazón, del mundo, de la vecina de enfrente. A comienzos de año me anoté ideas fenomenales, planifiqué maravillas, recordé encuentros pasados y los describí en detalle.

Cuando me entero de que no empiezan las clases pienso que hubiera preferido seguir anotando asuntos mejores que las noticias catastróficas pero como dice el escritor Pascal Quignard: “Somos una especie sujeta al relato […] Nuestra especie parece estar atada a la necesidad de una regurgitación lingüística de su experiencia”. Y agrega: “esa necesidad de relato es particularmente intensa en ciertos momentos de la existencia individual o colectiva, por ejemplo cuando hay depresión o crisis. En ese caso el relato proporciona un recurso casi único”.

Este diario empieza a ser una línea de emergencia.

12 de abril

Esa frase que cita Michèle Petit la anoté cuando vivía la primera gran incertidumbre sobre lo que iba a pasar, o mejor dicho, lo que no iba a pasar en el estar juntos del aula. 

Me parece potente como tantas pero olvido dónde quedan registradas y tengo, en cambio, una memoria privilegiada para captar la rutina de entradas y salidas de casa, de comidas y hasta de pasadas de los patrulleros por la cuadra (en verdad, solo hay un patrullero en el pueblo así que es tarea mínima). Así quedo atrapado en un presente continuo pero no el del idioma inglés: no puedo narrar ni un chiste de memoria sino que la realidad me supera con su humor negro.


25 de junio

En uno de esos foros académicos en que las peores tragedias educativas son causa de fascinación yo predico sobre la crisis del abrazo y entre escuchar “extraño esto y extraño aquello” o "hay cada vez menos estudiantes" cierro clases pidiendo té de yuyos para nadar a brazadas hacia la cama.

Cuando la angustia decae y los días enrollados son cada vez menos me doy cuenta de que en otras páginas anoto con microfibras siempre caídas de punta (¡cómo extraño el fibrón grueso en pizarra!) las urgentes aventuras de tantas vidas. 

Esas hojas son testimonios difusos que quedan en algunas páginas como cuadernos de primaria atravesados por goma y tinta alterna entre trazos barrocos, retorcidos, artificiosos. Pueden resumirse las líneas argumentales principales, tan testimonios micro como la fibra que las nombra desde el olvido y el dolor sordo hacia la causa común. Como dice David Voloj, hay en ellas una estructura narrativa de base (a alguien le pasa algo que resuelve de alguna manera):

- la profe salió del grupo: un viernes reportó un último estado desayunando, preguntaron los chicos y la Directora llamó; la Policía nada sabía pero un vecino que conocía al tío de un chico vio salir al ex de la profe con bolso y capucha que nunca usaba;

- un auto familiar quedó varado al chocar contra una barricada en un conocido paraje serrano. Buscando refugio, temerosos de las nuevas leyes, reciben ayuda de otra familia, kilómetros arriba por una quebrada. En el lugar hay abundantes víveres, se relajan y gozan la estadía: comen, beben, bailan. Pero una tarde les avisan que están siendo emboscados. Los que pueden se guardan, los visitantes adultos se van y se pierden en las nubes, los niños quedan en la casa. Son tres cazadores los que llegan primero. Un filántropo ecologista, unos personeros del emperador local, agentes planilleros. El rumor de la excesiva persecución corre hasta el pie de la sierra y el gobierno manda otra partida para buscar a los visitantes perdidos y a los cazadores que cayeron en su propia trampa;

- la profe habló sobre un escritor obsesivo y perfeccionista que, parado y asomado a una ventana sobre la calle, recita sus escritos hasta encontrar el sonido perfecto. Él siente que así pasa por su cuerpo la observación de lo social: esta batalla de novelista contra su tiempo sucede antes de que la cámara conquistara esa ilusión para sí misma. Ocurrio en Francia, en 186…, que mientras Gustave Flaubert escribía a su amada contándole cada momento de su creación encarnada muestra cómo la hegemonía heteronormativa había hecho lo contrario durante siglos: pasar por lo social la observación de los cuerpos ajenos, una forma de vigilancia moral. Observar, analizar y predecir, como rezaba la ciencia positivista en busca de más colonialismo. Para mi profe, “los juegos son fuegos sociales”, llamitas que encienden un camino bloqueado para las gentes del Sur, como nos llama Boaventura do Sousa Santos. Habla de juegos donde un dedo atraviesa multipantallas o juegos donde la colección de actividades para “estar en casa” se amplía y tensa narrando la propia historia con gestos y movimientos: todas formas de pasar por el cuerpo dormido lo social y lo personal en contexto de pandemia hasta que docentes-estudiantes vuelvan a verse las caras sucias, las manos en la masa del saber transformador.

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